Persistencia de la tonada
POR SANTIAGO SYLVESTER
A mediados de los sesenta, cuando vine de Salta a estudiar en Buenos Aires,
descubrí que yo hablaba quechua sin saberlo. Tal vez sea un poco exagerado,
pero recuerdo que usaba en la vida cotidiana una cantidad de palabras que no se
conocían en Buenos Aires, y hasta entonces no se me había ocurrido pensar que
no pertenecieran al idioma común del país.
Es interesante saber que a fines del siglo XX se usaba, además de los
términos comunes con el Río de la Plata, unas 250 palabras quechuas: no sé qué
haría un argentino de cualquier lugar sin la palabra “cancha”, ni mucha
mitología local sin la palabra “pampa”.
Pero el problema está en la disminución. Hay una pérdida constante de
palabras. Y si a esto se agrega la pérdida de las palabras arcaicas, que daban
un fuerte regusto al habla del Norte, se puede llegar a la conclusión de que
todo tiende a lo global, a lo supuestamente cosmopolita.
Y sin embargo, hay que agregar que no es cierto que el mundo
sea igual en todas partes; siempre se cuela un punto de vista distinto. La
afirmación de una cultura se expresa en gestos, palabras, modismos y locuciones
que se mojan en jugos de cada zona, y no todos son iguales. Y es bueno que esto
ocurra, que el mundo no llegue a ser plano sino que esté accidentado de
diferencias, variantes, matices y percepciones distintas. Y que siga teniendo
razón Vallejo cuando dijo: “¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!”